Transcurría la tarde del domingo con un Estadio Antonio Vespucio Liberti repleto de hinchas que presenciaban el partido de vuelta de la Promoción entre River Plate, el club más popular de Argentina, y Belgrano, conjunto de la Provincia de Córdoba.
Las acciones del cotejo habían llevado a un parcial empate a falta de dos minutos y fracción, resultado que inevitablemente depositaba al local en la Primera B Nacional, segunda categoría del fútbol argentino.
Fue entonces que se suscitaron los lamentables incidentes de público y notorio cuyo saldo, observable aún hoy, arrojó enormes daños al club; a negocios de los alrededores; e inclusive a viviendas del barrio River Plate.
Los focos de violencia premeditada, perpetrada por unas 700 personas, eran varios y difíciles de controlar para un operativo de seguridad con más de 2.000 efectivos policiales.
Pues resulta lógico, no es posible controlar desmanes de esta naturaleza por más que tengas un operativo bien planificado y ejecutado.
Y no es posible porque una multitud de personas que tienen como único objetivo destruir todo a su paso sin medir consecuencias; sin tener piedad alguna; y buscando el enfrentamiento directo con las fuerzas de seguridad, no puede ser controlada en lo inmediato si se privilegia, como bien se hizo y como debe ser, la integridad física; la vida.
Recién con el desarrollo de los sucesos y en base a digna paciencia, la Policía Federal fue haciendo pie hasta reducir a parte de los agresores y recuperar un estado de calma, necesaria para que pudieran retirarse, primero, parte de la parcialidad riverplatense que todavía se encontraba en las gradas, y luego, la totalidad de los hinchas del pirata cordobés.
Como era de esperar, desde el mismo inicio de los tristes hechos, los paladines de la prensa libre dieron inicio a su característico derrotero de bravuconadas sobre el operativo de seguridad; las barras bravas; y la relación del fútbol con la política.
Dejaron de lado su operación anterior, que esgrimía mentiras grandilocuentes sobre supuestos arreglos consumados entre el Gobierno Popular y la AFA para que River no descendiera, y dieron paso a su típico discurso que ata toda la violencia en el fútbol a ese monstruo que pretenden construir a diario llamado política.
Párrafo aparte merecen sus seudo especialistas en seguridad y criminología, quienes sirvieron de base discursiva para el sostenido ataque que llevó como mascarón de proa la pregunta ¿Porqué se jugo con público?
Justo ellos, que por mandato del consenso mediático, han fustigado, en desmadrados intentos por ganar el beneplácito de los seguidores del deporte más popular, toda medida o sanción que implicare jugar a puertas cerradas o sólo con público local como se juega actualmente en el ascenso.
Parece increíble por lo desfachatado, pero de alguna forma, este cuestionamiento también va atado a su discurso fraccionador de una realidad que los tiene como instigadores de la violencia.
Porque si bien son concientes de que jugar sin público hubiera sido igual o peor – la multitud se hubiera agolpado en los alrededores del estadio, y ante el descenso consumado, hubiese generado los desmanes para los cuales se hizo presente - a los fines de frenar lo que únicamente pudiese haber frenado un resultado deportivo por más irracional que parezca, lo incluyen en su interminable lista de falacias constitutivas de esa fragmentación que pretende desligar a la sociedad y sus impuestas formas de comunicación y adulación de un discurso, de lo que intentan representar como un comité de demonios compuesto por los políticos; los dirigentes del fútbol y las barras.
La construcción discursiva fragmentaria que el consenso mediático intenta imponer a diario mediante su gigante cadena de repetidoras, de la misma forma que escinde a la sociedad que obviamente entienden compuesta por las clases media y alta, de la violencia en el fútbol, también fragmenta al folclore del fútbol; la cultura del aguante de la cual son decisivamente responsables, de sus consecuencias lógicas: violencia; destrucción; y muerte.
Hasta inicios de los años ´80 habían existido sucesos lamentables, pero eran aislados en una sociedad que le destinaba al fútbol el lugar que merece; el de un espacio de divertimento.
Fue a partir de ahí que el folclore del fútbol tuvo una dramática transformación con el paulatino aumento de incidentes y victimas fatales, y ello encuentra sus causas en tres procesos distintos pero entrelazados.
El primero, central, está ligado a la destrucción del tejido social que por un lado graficaba una sociedad con movilidad social, y desarrollo cultural y económico, y por otro, resultaba vital como red de contención que trabajaba con los principios igualadores.
La dictadura genocida de la cual ciertos medios fueron coautores, se encargo de demolerlo y los gobiernos neoliberales democráticos fueron erosionando cualquier vestigio que quedara de este dando paso a esperables consecuencias como la fragmentación económica y cultural; la atomización social; y la reconversión de una sociedad con movilidad ascendente a una con movilidad descendente.
El segundo proceso que al igual que en el tercero, están decididamente ligados al accionar de los medios masivos de comunicación, implicó un cambio en la significación del fútbol.
Así, el aspecto que antes tenía el foco de atención pleno, el deporte; la sana competencia; el juego en sí, se vio obligado a ceder su lugar a la cultura del aguante; a las banderas, los cantos, el aliento y las cargadas a los rivales.
Los medios masivos iniciaron un proceso nefasto que fue colocando al simpatizante en el mismo lugar de importancia que el jugador de fútbol, y las hinchadas fueron cobrando un protagonismo que nunca merecieron.
En estrecha relación a la cultura del aguante, nos encontramos con el tercer proceso que fue imponiendo una visión según la cual el resultado es lo único importante, y por lo cual todos deben dejar todo, incluso la vida.
Conveniente a los intereses mediáticos, el fundamento fue dejado de lado para vanagloriar la victoria o condenar y humillar a quien es derrotado.
El ganar o morir paso a ser bien útil y práctico para ser impuesto en una sociedad que a medida que crecía en fragmentación crecía en individualismo y discriminación.
En ese contexto, la hinchada, llamada a ser protagonista, fue ganando espacios de poder en las tribunas y fuera de ellas a base de una violencia reproducida e incitada por los medios.
Esa misma que fue incitada durante toda la semana pasada en diarios y canales que nos contaban sobre la catástrofe riverplatense al tiempo en que reiteraban imágenes de amenazas para dirigentes y jugadores, y profetizaban hechos de violencia que terminaron consumándose.
La sinergia entre los tres procesos ha determinado el rol de las hinchadas y los barras, y lógicamente, ha llevado al folclore del fútbol a lo que venimos asistiendo, con sus consecuencias esperables de las cuales algunas supimos observar el domingo.
El bombardeo mediático con su mensaje violento; individualista; y encarnizadamente resultadista, tuvo como efecto el auto cumplimiento de una profecía útil para continuar desligando de culpas a sus autores; y desde ya, para pegarle al Gobierno Popular.
Sin embargo, lo que el consenso mediático ha ocultado de los incidentes, y que viene a ser una muestra de lo que aquí se expresa en cuanto a la complejidad de la cuestión, es que quienes comenzaron con la rotura de los históricos asientos de madera de las plateas medias y bajas en el Monumental, no fueron otros que algunos plateístas, quienes justamente escapan al discurso fragmentador.
Desde luego, a medida que los desmanes fueron creciendo la barra brava se hizo presente, pero el momento del inicio viene a dar cuenta de que la escisión subjetiva es tan falaz como la escisión entre el denominado folclore y sus consecuencias.
Y de igual forma, también es falaz el intento por configurar un comité de demonios externos a una sociedad mediatizada que por su acción y omisión tiene responsabilidades.
Como las ha tenido en los tres procesos antes expuestos, y como las seguirá teniendo cada vez que suframos la aparición de las consecuencias del folclore del fútbol.
Desde luego, no es inmutable lo que hoy aparece como naturalizado en cuanto a todo esto que engloba al fútbol.
De hecho, el Gobierno Popular viene trabajando sobre las causas a partir de políticas consistentes, que hacen a la recomposición del tejido social, y que permiten dar la batalla cultural en el terreno de la comunicación.
Pues todo ello, es parte del Proyecto Nacional, y seguirá profundizandose en pos de encaminarnos a un proceso transformador que recupere los valores del juego en escencia, y rompa con la fragmentación subjetiva que nos imponen como discurso desde los multimedios.
De hecho, el Gobierno Popular viene trabajando sobre las causas a partir de políticas consistentes, que hacen a la recomposición del tejido social, y que permiten dar la batalla cultural en el terreno de la comunicación.
Pues todo ello, es parte del Proyecto Nacional, y seguirá profundizandose en pos de encaminarnos a un proceso transformador que recupere los valores del juego en escencia, y rompa con la fragmentación subjetiva que nos imponen como discurso desde los multimedios.
Compañero Ikal Samoa
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