martes, 27 de septiembre de 2011

Trapitos, limpiavidrios y fascismo pro.

Mientras Mauricio Macri continúa paseando por el mundo – esta vez se encuentra en España haciendo quien sabe que cosa- y así justificando su bien logrado mote de vago, el tándem Horacio Rodríguez Larreta- Cristian Ritondo, quienes suelen gobernar la ciudad desde lo operativo, han vuelto a la carga para traducir en medidas concretas aquel sueño de la ciudad sin pobres que tanto anhelan.
En esta ocasión, la traducción no es otra que la reedición del proyecto barato y fascista de prohibir a trapitos y limpiavidrios argumentando un clásico del verso pro en la propia voz del legislador: “es algo que la gente quiere”.
Con ese argumento insostenible por donde se lo mire dadas sus imprecisiones tomadas como verdad absoluta, caso contrario que explique que es y como se compone “la gente”, la medida es discriminatoria y atenta contra el sustento de personas que se encuentran excluidas del sistema de trabajo formal.
Es discriminatoria porque el mismo proyecto justifica la persecución aduciendo que se busca “erradicar las conductas de aquellos individuos que no permiten a los ciudadanos el pleno disfrute y libre desarrollo de actividades cotidianas en el espacio público”, algo que bien podría dar paso a la intervención del Estado en innumerables invasiones al espacio público de parte de empresas y/o entidades – por citar sólo un ejemplo se observan cantidades de bares y restaurantes que se apropian de veredas- que producen daños bastante más importantes que van desde aspectos ligados a la seguridad vial hasta los inscribibles en materia de salubridad, pero que lejos está de ser un argumento válido para erradicar a trapitos y limpiavidrios quienes intentan subsistir trabajando en condiciones precarizadas.
Lógicamente, el razonamiento pro fascista, lo que pretende es naturalizar la idea de que estas personas son sinónimo de pobreza; marginalidad; y desde luego, delincuencia.
Entonces, no piensan en abordar la problemática desde una perspectiva que apunte a incluirlos en lo formal con todo lo que ello implicaría en condiciones laborales, piensan en despojarlos de su actividad, de su medio de supervivencia; piensan en perseguirlos y erradicarlos.
Como si la prohibición diera solución alguna, los cráneos pro razonan desde la lógica de quien no tiene ningún interés en accionar para que el Estado cumpla su rol fundamental, el de trabajar por y para los pobres.



Compañero Ikal Samoa

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