Hemos asistido durante los últimos días a la fiesta cipayezca que el medio pelo comunicador argentino, gustosamente encarnado por Clarín y sus casi 300 medios satélites, viene perpetrando entorno al ¿escándalo? por la ¿filtración? De 250.000 documentos de la diplomacia estadounidense.
Vía el sitio WikiLeaks, estos documentos que básicamente consisten en apreciaciones de los embajadores de EEUU – por cierto, con la soberbia y la impunidad que caracteriza el accionar yanqui- en casi 200 países del mundo sobre gobiernos y mandatarios de estos; a los que se suman las opiniones de la desdichada Secretaria de Estado Hillary Clinton, han tomado estado público con la intromisión masificadora de una serie de medios internacionales quienes simulan horror al tiempo que cuentan los billetes por sus publicaciones.
Con ese cinismo que las caracteriza como buenas corporaciones que son, es que se hacen eco de los documentos aceptándolos acríticamente, pues el circo que han generado y que tantos millones les da es mas importante que cualquier intento de lectura mas o menos seria.
Ahora bien, resulta difícil pensar que pueda llamar la atención el contenido de la documentación viniendo de quienes viene.
No hay que ser un gran analista de la realidad para conocer la visión que EEUU tiene sobre el mundo y como se mueve en consecuencia.
Entonces nada pueden sorprender las opiniones de sus embajadores o de la propia Hillary, máxime cuando estas eran en privado, ámbito perfecto para dar rienda suelta a su pensamiento imperialista, gendarme y destructor de todo modelo extraño a sus intereses particulares.
En el mismo sentido, tampoco puede resultar novedoso lo declarado ayer por la lerda Secretaria de Estado quien buscó instalar un chivo expiatorio con la demonización del sitio WikiLeaks armando una suerte de parodia entorno a cuan indignada estaba de que se conocieran las barbaridades que ella y otros miembros del gobierno de Obama escupían en privado – y aquí me refiero no sólo a toda la basura infundada, sino también a sus planes siniestros para investigar y espiar a gobernantes de otras naciones-, y cuanto afectaban a la diplomacia mundial; a la seguridad nacional; y a algún que otro etcétera más útil para la ocasión.
Obviamente su discurso fue bien claro al no mencionar palabra alguna de congoja o arrepentimiento, y mucho menos mostrar intención alguna de ofrecer disculpas a todos los mandatarios mencionados en los documentos.
Ni que hablar de avanzar en un mea culpa o de cambiar estás prácticas aberrantes tan habituales en la política internacional yanqui, es impensado.
Tan impensado como la posibilidad de que el tratamiento de este tema por parte de los multimedios fuera distinto a la consagración como escándalo, con el acento puesto en la supuesta filtración y la nula condena a las políticas nefastas del imperialismo.
Algo reproducido por el periodismo cipayo local al cual como anillo al dedo le vino agarrarse de la basura que dice EEUU sobre Cristina en pos de intentar frenar su declive como instaladores de agendas públicas virtuales.
Es en este contexto, que asistimos a la supuesta filtración que aún consagrada como la vedette del show, tampoco es cuestionada; investigada.
Porque seamos honestos de haber sido tal, estaría marcando un nivel de decadencia casi irreversible del imperialismo yanqui.
Entonces uno se permite dudar y pensar si efectivamente hubo filtración, o si la aparición de todos estos documentos no fue algo deseado, o inclusive algo que de tan poco importante para EEUU, no tenía sentido su resguardo.
En cualquiera de los casos, esta cortina de humo no hace más que confirmar lo que es el país del norte como Estado y gobierno.
Vía el sitio WikiLeaks, estos documentos que básicamente consisten en apreciaciones de los embajadores de EEUU – por cierto, con la soberbia y la impunidad que caracteriza el accionar yanqui- en casi 200 países del mundo sobre gobiernos y mandatarios de estos; a los que se suman las opiniones de la desdichada Secretaria de Estado Hillary Clinton, han tomado estado público con la intromisión masificadora de una serie de medios internacionales quienes simulan horror al tiempo que cuentan los billetes por sus publicaciones.
Con ese cinismo que las caracteriza como buenas corporaciones que son, es que se hacen eco de los documentos aceptándolos acríticamente, pues el circo que han generado y que tantos millones les da es mas importante que cualquier intento de lectura mas o menos seria.
Ahora bien, resulta difícil pensar que pueda llamar la atención el contenido de la documentación viniendo de quienes viene.
No hay que ser un gran analista de la realidad para conocer la visión que EEUU tiene sobre el mundo y como se mueve en consecuencia.
Entonces nada pueden sorprender las opiniones de sus embajadores o de la propia Hillary, máxime cuando estas eran en privado, ámbito perfecto para dar rienda suelta a su pensamiento imperialista, gendarme y destructor de todo modelo extraño a sus intereses particulares.
En el mismo sentido, tampoco puede resultar novedoso lo declarado ayer por la lerda Secretaria de Estado quien buscó instalar un chivo expiatorio con la demonización del sitio WikiLeaks armando una suerte de parodia entorno a cuan indignada estaba de que se conocieran las barbaridades que ella y otros miembros del gobierno de Obama escupían en privado – y aquí me refiero no sólo a toda la basura infundada, sino también a sus planes siniestros para investigar y espiar a gobernantes de otras naciones-, y cuanto afectaban a la diplomacia mundial; a la seguridad nacional; y a algún que otro etcétera más útil para la ocasión.
Obviamente su discurso fue bien claro al no mencionar palabra alguna de congoja o arrepentimiento, y mucho menos mostrar intención alguna de ofrecer disculpas a todos los mandatarios mencionados en los documentos.
Ni que hablar de avanzar en un mea culpa o de cambiar estás prácticas aberrantes tan habituales en la política internacional yanqui, es impensado.
Tan impensado como la posibilidad de que el tratamiento de este tema por parte de los multimedios fuera distinto a la consagración como escándalo, con el acento puesto en la supuesta filtración y la nula condena a las políticas nefastas del imperialismo.
Algo reproducido por el periodismo cipayo local al cual como anillo al dedo le vino agarrarse de la basura que dice EEUU sobre Cristina en pos de intentar frenar su declive como instaladores de agendas públicas virtuales.
Es en este contexto, que asistimos a la supuesta filtración que aún consagrada como la vedette del show, tampoco es cuestionada; investigada.
Porque seamos honestos de haber sido tal, estaría marcando un nivel de decadencia casi irreversible del imperialismo yanqui.
Entonces uno se permite dudar y pensar si efectivamente hubo filtración, o si la aparición de todos estos documentos no fue algo deseado, o inclusive algo que de tan poco importante para EEUU, no tenía sentido su resguardo.
En cualquiera de los casos, esta cortina de humo no hace más que confirmar lo que es el país del norte como Estado y gobierno.
Compañero Ikal Samoa
1 comentario:
Los yankis no tiene la más minima idea de lo que es la verguenza. Ni siquiera registran al otro, como humano.
Creen que tienen derecho a avasallar lo que sea por sus "necesidades". Y es pura codicia, arrogancia e insensibilidad de lo más absoluta.
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