Cuatro días han pasado desde la elección que renueva autoridades a nivel nacional, provincial, regional y local en la Central de Trabajadores Argentinos y todavía los interrogantes sobre su desenlace son casi la única certeza que conocemos.
Y digo casi porque la otra certeza que nos arrojaron los comicios es la bajísima participación de los afiliados que llego, a duras penas, a un 20% del padrón.
Esto traducido en votantes, son casi 200.000 sobre un padrón de 1.500.000 afiliados.
Algo llamativamente pobre considerando tanto el lugar destacado que se le suele dar a la CTA en el escenario político nacional, como la importancia que tenía este acto electoral por ser el primero que dirimía una disputa interna real.
Indudablemente, uno no considera a la instancia electoral como el hecho determinante de la capacidad política ya sea de un sector, una organización o una institución.
Pero como componente no menor en la configuración de esa capacidad abre interrogantes sobre cuanta legitimidad tiene y ha sabido construir la central en la sociedad y fundamentalmente de cara a los trabajadores, y sobre si la incapacidad para obtener la tan reclamada personería gremial no se debe en parte a ello.
La diferencia gigante entre los votantes y la cantidad de afiliados, probablemente nos asista en cuanto al carácter sobredimensionado que ha venido adquiriendo no sólo en lo cuantitativo, sino también en lo cualitativo.
Porque si el 80% del padrón no asistió a las urnas ello expresa, por un lado una política de afiliación con la clara finalidad de inflar a la central generando un espejismo en cuanto a su real porte, y por otro una brecha enorme entre los dirigentes; militantes activos y formados, y la gran masa de afiliados alejada de las grandes discusiones y la conducción.
Ambas expresiones son, en todo caso, una muestra concisa de que esta central guarda ciertas prácticas espurias que se le suelen otorgar como propiedad exclusiva a la CGT.
En este sentido, si bien uno podría argumentar el valor democrático en términos electorales que ciertamente diferencian a una de la otra, no es menos real que dicho valor en esos términos suena a poco si se convierte en el marco de referencia diferenciador.
Y suena a poco porque empobrece el debate más de lo que lo profundiza, máxime cuando la cristalización de ese valor que bien puede observarse en el resultado electoral no llega, y permítanme dudar sobre si llegará en algún momento, o se definirá todo en base a la composición de la junta electoral.
De cualquier forma, es decir con o sin cristalización, la CTA ya ha mostrado debilidades que serán determinantes en cuanto al lugar que pueda ocupar en la escena política en los tiempos venideros.
Y digo casi porque la otra certeza que nos arrojaron los comicios es la bajísima participación de los afiliados que llego, a duras penas, a un 20% del padrón.
Esto traducido en votantes, son casi 200.000 sobre un padrón de 1.500.000 afiliados.
Algo llamativamente pobre considerando tanto el lugar destacado que se le suele dar a la CTA en el escenario político nacional, como la importancia que tenía este acto electoral por ser el primero que dirimía una disputa interna real.
Indudablemente, uno no considera a la instancia electoral como el hecho determinante de la capacidad política ya sea de un sector, una organización o una institución.
Pero como componente no menor en la configuración de esa capacidad abre interrogantes sobre cuanta legitimidad tiene y ha sabido construir la central en la sociedad y fundamentalmente de cara a los trabajadores, y sobre si la incapacidad para obtener la tan reclamada personería gremial no se debe en parte a ello.
La diferencia gigante entre los votantes y la cantidad de afiliados, probablemente nos asista en cuanto al carácter sobredimensionado que ha venido adquiriendo no sólo en lo cuantitativo, sino también en lo cualitativo.
Porque si el 80% del padrón no asistió a las urnas ello expresa, por un lado una política de afiliación con la clara finalidad de inflar a la central generando un espejismo en cuanto a su real porte, y por otro una brecha enorme entre los dirigentes; militantes activos y formados, y la gran masa de afiliados alejada de las grandes discusiones y la conducción.
Ambas expresiones son, en todo caso, una muestra concisa de que esta central guarda ciertas prácticas espurias que se le suelen otorgar como propiedad exclusiva a la CGT.
En este sentido, si bien uno podría argumentar el valor democrático en términos electorales que ciertamente diferencian a una de la otra, no es menos real que dicho valor en esos términos suena a poco si se convierte en el marco de referencia diferenciador.
Y suena a poco porque empobrece el debate más de lo que lo profundiza, máxime cuando la cristalización de ese valor que bien puede observarse en el resultado electoral no llega, y permítanme dudar sobre si llegará en algún momento, o se definirá todo en base a la composición de la junta electoral.
De cualquier forma, es decir con o sin cristalización, la CTA ya ha mostrado debilidades que serán determinantes en cuanto al lugar que pueda ocupar en la escena política en los tiempos venideros.
Compañero Ikal Samoa
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