viernes, 30 de noviembre de 2012

Ataque de la Iglesia.



Ayer, la Iglesia Católica Apostólica Romana, esa que mantenemos todos los argentinos, adelantó su documento navideño a fin de atacar al país; al proceso político histórico; y fundamentalmente, al Gobierno Nacional y Popular.
Como buena corporación, salió a jugar fuerte en la antesala del 7D a fin de sentar postura respecto del momento histórico, dejando en claro su defensa de todas aquellas trincheras en las cuales se viene dando una disputa política.
Así, volvió a embestir sobre temas como el matrimonio igualitario o el aborto con su visión familiar arcaica – vale la pena recordar que por prohibiciones propias de la corporación, sus miembros tienen vedado armar una familia-, y abonó a las mentiras instaladas en algunos sectores sociales entorno a la división de la sociedad y las supuestas peripecias sufridas por la libertad de expresión.
Con nula autoridad moral y un completo cinismo, quienes fueron coautores del genocidio en el país durante la última dictadura hablan de divisiones sociales atribuyéndolas al proceso político y al Gobierno Nacional y Popular, cuando a lo largo de su historia han cumplido un rol esencial en el ocultamiento y sostenimiento de la división inherente a toda sociedad moderna.
La misma nula autoridad les compete si hablamos de libertad de expresión, pues no hay que buscar en los anales para ver antecedentes de cómo se manejan en la materia respecto de curas que expresan opiniones distintas a las oficiales sobre tal o cual tema – recuérdese el caso del cura Nicolás Alessio, quien fuera expulsado por manifestarse a favor del matrimonio igualitario-.
Y ni que hablar de su falta de autoridad para colocar motes como el de “excesivo caudillismo” al criticar el funcionamiento de las instituciones.
Justo la Iglesia habla de caudillismos cuando tiene como forma de organización una monarquía absoluta en El Vaticano, justo su jerarquía, enquistada y parasitaria de nuestro Estado, pretende darnos lecciones de institucionalidad.
Parece increíble el grado de cinismo y desfachatez que tiene esta corporación oscurantista y su actual jefe en el país, José María Arancedo, quienes continúan viviendo del Estado que paga cifras indignantes a modo de subsidios a sus miembros que nada aportan laboralmente.
Es indudable, y cada vez que la Iglesia saca uno de sus documentos ultraconservadores se hace más visible, la necesidad de abrir el debate sobre los espacios que esta ocupa en la sociedad y los fondos públicos que recibe en relación a su inexistente aporte.

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