Desde la oposición parlamentaria; desde la oposición especializada
en desinformar; y desde luego, desde la intendencia que gobierna Mauricio
Macri, han salido públicamente a defenestrar cualquier actividad militante en
jardines y escuelas.
La táctica, vieja; conocida; y constante, es la de demonizar
todo lo que se pueda desarrollar con contenido político, con el objetivo de
generar miedo social.
Así, se busca apuntalar una concepción falaz que subyace en
la sociedad, y que ha su vez, es el supuesto fin a preservar con esta táctica.
Me refiero a aquello instalado como principio natural según
el cual, la educación y los ámbitos de formación formal serían neutrales y
objetivos, y escaparían a la ideología y a la política.
Esta es la idea subyacente que defiende toda la oposición
arcaica, y a su vez una premisa que desconoce hasta la razón mas obvia porque
la educación siempre estuvo empapada de ideología y política, de hecho, ya la
sola definición de tener como país una educación formal es la resultante de
debates político- ideológicos.
La falacia de las supuestas neutralidad y objetividad en lo
que a formación refiere, más bien oculta una necesidad por conservar aquellos
preceptos que hacen a la estructuración desigual de la sociedad; a sus
relaciones sociales de producción; y a los patrones culturales instalados.
Son en definitiva estos preceptos íntimamente relacionados,
los que se pretende resguardar cuando se naturaliza una supuesta objetividad
educativa que sería avasallada por ese “demonio externo proveniente del mundo
tenebroso de la política”.
Es que la política concebida como herramienta de
transformación participativa, viene a cuestionar esos preceptos; esa maquinaria
naturalizada de autoconservación, y es justamente a eso, a lo que temen los
defensores de un statu quo que los tiene como beneficiarios de una sociedad
desigual.
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