En el día de ayer, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama,
asumió nueva y públicamente como propia, aquella tradición de la
Casa Blanca de operar en conflictos ajenos.
Cual gendarme mundial, rol que supo profundizar su antecesor
en la gerencia de las 200 corporaciones más grandes del mundo – entiéndase como
jefe del Estado estadounidense-, Obama mostró la impunidad característica de
los opinólogos con el agravante de su status político mundial, en este caso, a
fin de continuar colaborando con el intento de desestabilización en Venezuela.
La excusa, una historia contada a medias por el propio
gerente, quien se queja de las expulsiones propinadas por Venezuela a diplomáticos
de su país, pero se olvida no casualmente, de recordar en público, la activa
participación de estos en la intentona golpista.
Pero no conforme con esto, también se permite dar consejos diciendo
que se deben “atender los reclamos legítimos” y solicitando que Venezuela “libere
a los manifestantes que han sido detenidos y que entable un diálogo verdadero”.
Un cinismo conocido, eso de llenarse la boca con la palabra
dialogo, cuando la moneda de cambio habitual de Estados Unidos, es la represión
interna y la guerra externa.
Y más allá de eso, una muestra más de la impunidad que aún pretende
tener quien ha venido colaborando desde el año 1999, en pos del fin del
chavismo.
Y digo desde 1999, porque más allá de los nombres, Clinton; Bush;
Obama, la política de intromisión imperial esta lejos de cambiar.
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