Sencillo; humilde; austero; generoso, son algunos de los calificativos
con los que los multimedios locales nos vienen bombardeando hace casi tres
días, cuando se diera a conocer que Jorge Mario Bergoglio había llegado al
trono del Vaticano.
El bombardeo mediático, una auténtica cadena nacional que va
rumbo a las 72 horas ininterrumpidas, también ha contado con defensas a
ultranza sobre lo que pudiera ser el accionar del nuevo papa durante la
dictadura genocida, y desde luego, con la urgencia por destacar el claro perfil
opositor local que tuviera durante estos años.
La táctica es obvia, se pretende utilizar la figura del
nuevo sumo pontifice para atacar al Gobierno Nacional y Popular, y seguramente, se guarda
la esperanza de que él mismo dé alguna señal que contribuya en este nuevo
escenario.
Una táctica tan esperable como carente de visión geopolítica,
pues seguir pensando al ahora jefe del Vaticano como un actor del ámbito local
que va a mover sus fichas de acuerdo a las necesidades opositoras, es no
dimensionar en lo más mínimo el significado que tiene estar al frente de la Iglesia Católica Apostólica
Romana, la organización más antigua y más influyente en la geopolítica a lo
largo de 2000 años.
Desde luego, una táctica tan ruin no es inocente, por el
contrario la apuesta siempre es pegarle al Gobierno con lo que se tenga a mano.
Lo que sí, evidencia la necesidad de la inmediatez por llenar el vacío que
deja una oposición que en lo institucional, no es capas de confrontar con ideas
políticas.
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