jueves, 14 de marzo de 2013

Bergoglio, Papa.


Finalmente ayer se conoció la histórica noticia – y no lo digo en un sentido positivo-, Jorge Mario Bergoglio, o como él decidió autodenominarse: Francisco, es el nuevo Papa.
Contra todos los pronosticadores que no lo incluían en ningún escenario, Bergoglio logró obtener el número de votos entre los obispos que participaron del Cónclave, para convertirse en el 266° Papa de la historia.
Su elección tiene un evidente sentido histórico, porque es el primer jefe de la Iglesia Católica Apostólica Romana que proviene de la Orden de los Jesuitas, pero también porque es el primero que proviene de América.
En este sentido, la salida de Ratzinger del Vaticano planteando urgentes cambios, ha cobrado una relevancia ineludible, pues los 60 obispos que nombro en sus ocho años al frente de la Iglesia, terminan siendo la clave de una elección en la que el grupo de organizadores – cabe explicitar como primera gran división hacia adentro de la Iglesia, quienes son organizadores y quienes son pastores- ultraconservador europeo, a priori, pierde poder.
Y afirmo, pierde poder, porque Bergoglio, dentro del complejo entramado clerical que de por si excluye a los sectores más progresistas - Karol Wojtyla se encargó de limpiar lo poco que quedaba de estos en el clero- nunca ha sido parte de este sector.
Dentro de este entramado, más bien se lo puede ubicar como un teólogo moderado, quien siempre ha sabido mover sus fichas para acomodarse.
Entonces, si bien la interna terminó fagocitándose a Ratzinger, no es menos cierto que su partida no pudo ser la garantía de conservación de espacios determinantes para este grupo que ahora, deberá lidiar con un papa externo y proveniente de la región con más fieles del mundo: Latinoamérica.
Indudablemente, si uno coloca estos elementos en la perspectiva que incluye los 2000 años de historia eclesiástica, estamos asistiendo a un cambio que ya se traduce en una apertura que escapa a la clásica visión eurocentrista que ha dominado la Iglesia, y que deja de dar la espalda a la región donde el catolicismo tiene hoy más peso.
Ahora bien, cuando se habla de cambio seguramente se esté pensando en cuestiones mucho más profundas que son propios de una visión dogmática, y que difícilmente un moderado como Bergoglio vaya a poner en cuestión.
Por ello, no es ilógico pensar que su papado transite caminos de cambios pequeños, bastante alejados de lo que fuera el papado de Juan XXIII.

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