miércoles, 7 de octubre de 2015

¡Las elecciones son un gasto!



De a poco, día a día, los multimedios opositores vuelven al ruedo en eso de robustecer su campaña de desprestigio para con el proceso electoral, pero ahora, desde otra temática: La inversión que significa llevar adelante tal proceso.
Dese luego, cuando vivaron las voces opositoras que intentaron instalar la idea del fraude en varios comicios provinciales con Tucumán como caso excluyente, no les resultaba conveniente caer en el discurso que cuestiona las elecciones a partir de lo que cuestan su realización.
En esas oportunidades, por el contrario y lejos de operar con este discurso tan viejo como perverso, no dudaban en pedir nuevas elecciones a costa de violentar la voluntad popular ya expresada en las urnas.
Ahora, cuando empiezan a sentirse en la obligación de reconocer que cada vez son mayores las dudas sobre la posible existencia de un ballotage y con una Cámara Nacional Electoral que ha dado respuesta a las presentaciones opositoras en pos de dar por tierra con la táctica de cantar fraude ante cada derrota, vuelven a desempolvar el cuestionamiento al pilar fundamental de la democracia por sus costos, tal cual lo viene haciendo La Nación en estos días.
Desempolvar porque ya hemos vivido este tipo de ataques al acto eleccionario cuando el país se caía a pedazos y el mismo era deslegitimado a partir de las opciones electorales; algo que con el “que se vayan todos” como un telón del cual intentaban servirse para apuntalar el desprestigio de todo lo que les es ajeno, aparecía como perdido en la nebulosa de reclamos sociales.
Un contexto cualitativamente diferente vivimos en la actualidad, mal que les pese; lo cual indudablemente evidencia la falta de legitimidad de ese discurso.
Sin embargo, el mismo, que deviene del triunfo cultural neoliberal en términos del desprestigio del Estado y las instituciones, apunta a fortalecer y ampliar, esa indignación que ostenta una parte de los sectores medios de la sociedad.
Lo perverso, como antes lo denominé, reside en la operatoria reduccionista por la cual pretenden analizar el proceso electoral en términos de costo- beneficio, pero también en partir de la naturalización sobre cómo los conceptos de inversión y gasto se ajustan a sus intereses – Un ejemplo clásico: Cualquier programa en materia de Desarrollo Social la denominan como gasto mientras que cualquier cosa hecha bajo el argumento de contribuir a la seguridad la llaman inversión-.
Dicho esto, cabe agregar que bien sirven estos retornos a ese discurso rancio para poder evidenciar su relato hipócrita respecto de los valores democráticos.

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