La muerte del dictador Jorge Rafael Videla, ha sido tratada
con cierta particularidad por sus socios en el genocidio perpetrado entre 1976
y 1983, La Nación
y Clarín.
La noticia se dio utilizando calcadas palabras en las tapas
de ambos diarios, algo que no resulta una coincidencia, sino una forma de
presentar la opinión publicada sobre el hecho.
“Murió Videla, el símbolo de la dictadura” tituló el
primero, y el segundo agregó “militar”, ambos colocando al genocida en cuestión,
en una categoría que les resulta muy redituable a la hora de lavar culpas.
Es que, decir que Videla efectivamente fue EL SIMBOLO, sirve para ocultar
totalmente la raíz civil de la dictadura genocida, y apunta a cargarle todas
las culpas a él y a las Fuerzas Armadas por el terrorismo de Estado.
Hablar en términos simbólicos resulta una forma de negar la existencia
del brazo civil de la dictadura – brazo integrada por los grandes grupos
empresarios locales y la oligarquía terrateniente- como ideólogo y como
participe necesario, algo que en el caso de Clarín, se hace más evidente cuando
la define como “militar”.
Párrafo aparte merece el homenaje encubierto realizado por
el diario La Nación,
que al igual que cuando muriera Alfredo Martínez de Hoz, habilitó la sección de
avisos fúnebres para que se rinda culto al genocida, a lo que sumo esta vez, la
publicación de varios de sus discursos.
Otro párrafo aparte lo merece el editorialista de Clarín, Jorge
Lanata, quien aprovecho para escribir una serie de rebuscadísimos intentos por
comparar, banalizando completamente los hechos ocurridos, el genocidio social y
económico, con el supuesto autoritarismo de un gobierno legitimo; legal; y
constitucional como el actual, en su nota titulada “Videla murió, pero no se acabó la cultura autoritaria”.
En fin, no íbamos a pretender que sus socios
trataran el tema de la muerte de Videla rompiendo con sus relatos históricos y titulando
de forma más sincera, como por ejemplo: “Murió un amigo de la casa”.
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