En estos últimos días, se conoció que el jefe de la Sociedad
Rural Argentina, Luis Miguel Etchevehere,
y su familia, tuvieron esclavizados en su estancia La Hoyita, a los hermanos
Sergio y Antonio Cornejo, por 38 años.
No es un caso aislado, más bien, resulta una práctica
habitual en nuestro país, la de la reducción a la servidumbre de los
trabajadores rurales; práctica contra la cual el Estado viene avanzando de 2003
a la fecha con legislación – el nuevo estatuto del peón- e intervención de diversos organismos.
Dicho esto, no deja de ser emblemático lo sufrido en materia
de abuso y vejaciones, por los hermanos Cornejo; cortesía de la familia Etchevehere.
No deja de serlo por su posición como cara visible de la
oligarquía agropecuaria - parte sustancial del poder económico en nuestro país-,
esa a la que sus socios de la prensa “libre e independiente” denominan el Campo.
En efecto, el hecho no hace más que graficar el nivel de
impunidad con el que los Etchevehere en este caso – y digo en este caso porque
al margen de lo emblemático, es uno de los tantos que constituyen un modus
vivendi de explotación-, se han manejado; abusando de estas dos personas y negándoles
todo derecho laboral.
Un nivel de impunidad que habla de su profundo convencimiento
sobre la necesidad de sostener el trato inhumano; algo que pretenden
naturalizar cada vez que esbozan frases que legitiman las condiciones de vida
de sus esclavos, e inclusive, justificaciones para el trabajo infantil.
El Campo en su máxima expresión, o como se autodenominan cínicamente:
La reserva moral de la patria.
Por cierto, si alguien se pregunta sobre Gerónimo “Momo”
Venegas, acostumbrado invitado a los flashes en el predio de Palermo que se
supieron robar, y su UATRE, la respuesta es inequívoca: Bien, gracias.
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