El intencionadamente breve racconto que hice ayer, respecto de algunos datos que arrojaron las PASO, resulta la antesala para avanzar en lo que han dejado.
Indudablemente, la votación da cuenta de un escenario en donde el kirchnerismo continúa siendo la primera fuerza a nivel nacional, pero a su vez tiene un inequívoco significado simbólico con legitimidad social: El Frente para la Victoria perdió, sin medias tintas.
Perdió, porque en las contiendas electorales de la democracia liberal, no siempre obtener más votos significa ganar, y este es uno de esos casos.
Perdió, no sólo porque quedo a más de cinco puntos porcentuales en la categoría diputados nacionales en la Provincia de Buenos Aires, sino también porque vio a fuerzas opositoras obtener más votos en otras nueve provincias – entre ellas bastiones históricos del peronismo como La Rioja y San Juan- y en la CABA.
Entonces, se impone un análisis que supere lo que expresaba ayer sobre los irresolutos problemas para comunicar que siempre ha presentado el kirchnerismo.
Se impone profundizar y dar cuenta sobre evidentes demandas sociales que no está canalizando, y que tienen como consecuencia el voto castigo hasta en lugares en los cuales siempre hubo un acompañamiento masivo.
Indudablemente, la votación da cuenta de un escenario en donde el kirchnerismo continúa siendo la primera fuerza a nivel nacional, pero a su vez tiene un inequívoco significado simbólico con legitimidad social: El Frente para la Victoria perdió, sin medias tintas.
Perdió, porque en las contiendas electorales de la democracia liberal, no siempre obtener más votos significa ganar, y este es uno de esos casos.
Perdió, no sólo porque quedo a más de cinco puntos porcentuales en la categoría diputados nacionales en la Provincia de Buenos Aires, sino también porque vio a fuerzas opositoras obtener más votos en otras nueve provincias – entre ellas bastiones históricos del peronismo como La Rioja y San Juan- y en la CABA.
Entonces, se impone un análisis que supere lo que expresaba ayer sobre los irresolutos problemas para comunicar que siempre ha presentado el kirchnerismo.
Se impone profundizar y dar cuenta sobre evidentes demandas sociales que no está canalizando, y que tienen como consecuencia el voto castigo hasta en lugares en los cuales siempre hubo un acompañamiento masivo.
La derrota electoral no puede entenderse desde otra perspectiva, aún cuando los números de la elección legislativa provincial en Buenos Aires sean diferentes a los de la legislativa nacional en el mismo distrito.
Es evidente que de 2011 a la fecha, hubo decisiones de gestión que no satisfacen necesidades de bastos sectores de la población en un contexto económico difícil, y a ello deben sumarse dos cuestiones que contribuyen a un escenario electoral adverso.
La primera, otro problema que siempre ha tenido el kirchnerismo: Es su imposibilidad para generar referencias de cara a la sociedad – y cuando hablo de referencias obviamente considero que un referente se instala a partir de la aceptación de uno o más sectores sociales- que excedan la figura de la Presidenta.
Esta imposibilidad, hizo en parte, a una tardía instalación de Martín Insaurralde en la PBA – y aquí aclaro que lo considero un buen candidato por su gestión; su claridad de conceptos; y su capacidad para bajar a tierra los debates políticos- por ejemplo, y se observa con claridad cuando se mide la imagen de la gran mayoría de los colaboradores del Ejecutivo.
La segunda cuestión es la capacidad inédita que muestra el kirchnerismo para dilapidar capital político a rauda velocidad.
En este sentido, la denominada batalla cultural; tan necesaria como costosa, es la consumidora principal de la legitimidad construida a partir del gran abanico de políticas públicas.
Lo es fundamentalmente porque no logra legitimidad social en los sectores medio- bajos y bajos, quienes no la perciben como una necesidad primaria en el mejor de los casos, y porque sus logros – mínimos en comparación con sus derrotas- no están ni cerca de lo que consume.
Sin embargo, resulta casi imposible dejarla de lado, porque la batalla cultural es propia e inherente a este proceso político y sin ella no se hubiera logrado quebrar ciertos preceptos instalados como naturales.
Es aquí donde se plantea una disyuntiva con dos opciones inviables y una tercera que cae de madura: Saber manejar los tiempos de esta y no caer en el conformismo.
El kirchnerismo deberá tomar nota de las demandas; tendría que recuperar la relación directa con los sectores populares y avanzar en políticas que den cuenta de sus necesidades, si pretende trascender la frontera del 2015 excediendo la referencia de Cristina, y siendo factor en lo que algunos ya dan por sentado será la batalla de la generación intermedio.
Dicho esto, es claro que la forma en que ha recuperado legitimidad y capital político ante las adversidades en estos diez años, tiene total vigencia y es la única viable: La denominada huida hacia adelante avanzando en la profundización del proyecto.
Es evidente que de 2011 a la fecha, hubo decisiones de gestión que no satisfacen necesidades de bastos sectores de la población en un contexto económico difícil, y a ello deben sumarse dos cuestiones que contribuyen a un escenario electoral adverso.
La primera, otro problema que siempre ha tenido el kirchnerismo: Es su imposibilidad para generar referencias de cara a la sociedad – y cuando hablo de referencias obviamente considero que un referente se instala a partir de la aceptación de uno o más sectores sociales- que excedan la figura de la Presidenta.
Esta imposibilidad, hizo en parte, a una tardía instalación de Martín Insaurralde en la PBA – y aquí aclaro que lo considero un buen candidato por su gestión; su claridad de conceptos; y su capacidad para bajar a tierra los debates políticos- por ejemplo, y se observa con claridad cuando se mide la imagen de la gran mayoría de los colaboradores del Ejecutivo.
La segunda cuestión es la capacidad inédita que muestra el kirchnerismo para dilapidar capital político a rauda velocidad.
En este sentido, la denominada batalla cultural; tan necesaria como costosa, es la consumidora principal de la legitimidad construida a partir del gran abanico de políticas públicas.
Lo es fundamentalmente porque no logra legitimidad social en los sectores medio- bajos y bajos, quienes no la perciben como una necesidad primaria en el mejor de los casos, y porque sus logros – mínimos en comparación con sus derrotas- no están ni cerca de lo que consume.
Sin embargo, resulta casi imposible dejarla de lado, porque la batalla cultural es propia e inherente a este proceso político y sin ella no se hubiera logrado quebrar ciertos preceptos instalados como naturales.
Es aquí donde se plantea una disyuntiva con dos opciones inviables y una tercera que cae de madura: Saber manejar los tiempos de esta y no caer en el conformismo.
El kirchnerismo deberá tomar nota de las demandas; tendría que recuperar la relación directa con los sectores populares y avanzar en políticas que den cuenta de sus necesidades, si pretende trascender la frontera del 2015 excediendo la referencia de Cristina, y siendo factor en lo que algunos ya dan por sentado será la batalla de la generación intermedio.
Dicho esto, es claro que la forma en que ha recuperado legitimidad y capital político ante las adversidades en estos diez años, tiene total vigencia y es la única viable: La denominada huida hacia adelante avanzando en la profundización del proyecto.
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