La derecha neoliberal golpista ha vuelto a la carga en
Venezuela con sus jugadas más perversas, tras conocerse el resultado electoral
que consagró a Nicolás Maduro como flamante presidente de la hermana república.
Como era de esperar, el golpismo con Henrique Capriles a la
cabeza, ha salido a generar un clima de desestabilización partiendo desde el desconocimiento
del resultado en las urnas.
Aún cuando no hay un solo observador internacional que ponga
en tela de juicio al sistema electoral venezolano y al Consejo Nacional
Electoral, la denominada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se niega a aceptar la
derrota y se ampara en las demoras para reconocer al nuevo presidente que están
teniendo países como España o Estados Unidos, no casualmente los mismos que
estuvieron a la vanguardia en el reconocimiento del golpe de Estado de 2002.
La jugada es clara, Capriles y sus secuaces agitan el clima
interno para romper la paz social provocando ataques en las calles y convocando
a protestas mientras esperan obtener apoyos internacionales que legitimen su
posición, todo ello, a fin de avanzar sobre la constitución y las instituciones
democráticas venezolanas con un golpe de Estado.
Una vez más, esta derecha evidencia ese fascismo que muchas
veces oculta en el juego democrático, pero que le es inherente porque le
resulta imposible aceptar la construcción de una Venezuela para los sectores
populares, para los trabajadores; los pobres; y los desprotegidos.
Porque le resulta imposible concebir un país que no se rija
por las normativas que otrora, les permitían realizar fabulosos negocios a
costa de las necesidades del pueblo.
Ese mismo pueblo que ya les habló el domingo en las urnas, y
dijo: “No volverán”.
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