Son por lo menos dos, los temas a los que podría referirme el día de hoy si tomara la agenda pública como punto de partida.
Tanto asunción del flamante secretario de Transporte, el Compañero Alejandro Ramos – hombre del riñón de Agustín Rossi en el peronismo santafesino y que fuera reelecto intendente de Granadero Baigorría con mas del 70 % de los votos el año pasado-, quien remplaza al renunciado Juan Pablo Schiavi, como la decisión de la Compañera Presidenta, Cristina Fernández, de enviar un proyecto de ley para que el Congreso ratifique el Acta Acuerdo sobre la transferencia de los subterráneos a la CABA, son cuestiones de relevancia que indudablemente atraen la atención.
Sin embargo, desde el mismo inicio de la jornada y producto del significado que acarrea, vengo meditando una reflexión entorno a lo que comúnmente se conoce como la cuestión de género.
El debate sobre el género, devenido necesariamente del machismo imperante en el mundo actual, tiene varias aristas, propias de cómo este ha penetrado en todos y cada uno de los recovecos sociales a fin de naturalizar una relación de dominación.
El machismo se hace palpable en situaciones familiares - las más dolorosas con grados de violencia desgarradora e irreparable-; en situaciones laborales, que abarcan desde lo psicológico hasta lo económico; y hasta en situaciones casuales o que representan espacios recreativos para una persona.
El machismo lo vivimos a diario en situaciones de lo privado, pero lo más grave es cuando reside en situaciones de lo público masificadas y legitimadas.
Aquí es ineludible el rol de los medios y la comunicación, así como el de cantidades de empresas que avalan y sustentan la relación de dominación en lo interno, pero también a la hora de exhibirse para vender.
Si bien en cierto que a lo largo de los últimos 60 años ha habido avances no menores, en todo lo que a derechos de la mujer significa, no es menos cierto que el camino por recorrer es largo e implica un cambio cultural profundo.
Implica un cambio cultural profundo porque la cosificación de la mujer, es decir el pensar y colocar a la mujer en el lugar de un objeto – y digo colocar porque es el lugar que la sociedad, sobre todo la de consumo, sistemáticamente tiende a darle- aparece como algo arraigado y legitimado desde las estructuras del poder real.
Estructuras que muchas veces, plantean como falsa respuesta a la problemática, la cosificación del hombre, la igualación en cuanto a la objetivación del sujeto que no hace más que reproducir la relación de dominación desde otro lugar.
La cosificación del hombre, lejos de atender el daño producido en la relación de dominación, la amplía, justamente, porque el objetivo de esas estructuras nada tiene que ver con esta problemática.
En una sociedad de consumo en la que la imagen prevalece con el fin de vender productos, el objetivo de las empresas es vender; generar ganancia a como de lugar y utilizando todo aquello que sea útil a tal fin, en este caso una falsa respuesta a la problemática de genero.
Entonces, aquel cambio cultural profundo, surge a partir de reflexionar en torno a las diferencias que son propias de hombres y mujeres, pero que de ninguna manera pueden traducirse en excusas que pretendan justificar una relación desigual.
Comprensión; aceptación; y respeto mutuo, son algunos de los pilares que pienso como necesarios, para avanzar en este cambio y construir una relación de igualdad.
Compañero Ikal Samoa
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