Aún ahora, se escuchan los berrinches de la Unión Europea y
Estados Unidos, por la elección aplastante del pueblo de Crimea que ha decidido
volver a ser parte de Rusia, como lo fuera antaño en épocas de la Unión Soviética.
La masiva participación en el referéndum – de un 82,7%-, y el
categórico resultado - 96,77% de los votantes se pronunciaron a favor de
anexarse a Rusia contra sólo un 2,51% que se pronuncio por seguir siendo parte
de Ucrania-, son el dato excluyente de una realidad que tiene historia.
Porque lejos de teorías sobre poblaciones implantadas,
Crimea fue hasta los ´50 parte de Rusia, y recién allí paso a estar bajo
territorio ucraniano, siempre dentro de la URSS.
Es por ello que no llama la atención, la aplastante victoria
en las urnas de quienes desean retornar a su madre patria; de un pueblo que
alza su voz en un momento en el cual Ucrania vive horas caóticas tras el
reciente golpe de Estado que derrocó al gobierno democrático de Viktor
Yanukovich.
En ese marco, Crimea define su futuro haciendo oídos sordos
a los intentos de la UE y EEUU por cercenar su derecho a la autodeterminación,
y Rusia se planta ante esas mismas presiones que radican en la geopolítica
económica y la incapacidad de los países centrales por controlar una matriz
energética que les es ajena.
Hablarán de sanciones, pues ya lo hace el propio gerente de
las 200 corporaciones más importantes, Barack Obama, y buscaran intimidar, pero
difícilmente se atrevan a llevar al extremo bélico un conflicto que tiene
a dos países con arsenal nuclear en pugna.
Más allá de ello, el dato central y que aún
desconociendo, es una espina que no podrán quitarse, es que Crimea, quiere ser parte
de Rusia nuevamente.
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