Importante, sin dudas, fue la concentración frente al
Congreso denominada #NiUnaMenos, como protesta ante la violencia de género y
los femicidios.
Importante por lo numerosa – algo esperable por cómo fue
publicitada por todos los multimedios-, pero también por lo novedosa, respecto
de un conjunto de reclamos que exponen lo más terrible de la concepción
machista instalada en nuestra sociedad y a nivel mundial.
¿Pudo ser, la jornada de ayer, el punto de partida para
pensar como sociedad una problemática que si bien no es nueva, ahora tiene una
visibilidad distinta a otros tiempos?
¿Pudo ser un momento de quiebre, a partir del cual se vayan
a obtener mayores y más eficientes respuestas concretas por parte de los
estados, nacional y provinciales, a la situaciones urgentes; impostergables?
Son preguntas que lejos estamos de poder responder en el
ahora.
Lo cierto, es que la visibilidad de un mal que atraviesa nuestra
sociedad, tras la jornada de ayer, es mayor.
Aún con todas las críticas válidas que uno puede hacer sobre
una convocatoria ideada y publicitada por grandes reproductores y
consolidadores diarios del machismo como relación de dominación; aún con la
dosis no menor de cinismo de más de uno que ha obrado políticamente de forma
contraria al cartel que ayer se colgaba; aún con la hipocresía y con todas las
limitaciones a la hora de abordar un debate que tiene sólo como costado más
brutal la muerte violenta, la manifestación tiene la potencialidad de ser el
inicio de un arduo proceso de debate y concientización social.
Esto último, es sin dudas, una posibilidad no menor que
hasta ayer, parecía limitada a la práctica militante.
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