miércoles, 15 de julio de 2015

Grecia: La democracia liberal no paga.



Corrían las últimas horas del 5 de julio y en todo Grecia se celebraba el contundente triunfo del Pueblo que le dijo No al ajuste pretendido por la Troika – 61,31 a 38 por ciento fueron los guarismos finales de aquel referéndum-; la comandancia económica de la vieja Europa que tiene a Alemania como su conducción inamovible.
De aquel día al domingo pasado, fecha culmine para un acuerdo entre el gobierno que encabeza Alexis Tsipras y el Eurogrupo, se vivieron días de no más incertidumbre que los anteriores, pero sí de bastantes más especulaciones respecto del abanico de posibilidades que manejaba Syriza en tanto partido gobernante, tras el espaldarazo en las urnas.
Seguramente, el camino del acuerdo definido el domingo, era, entre las posibilidades, la que más pagaba, pero no en los términos en los cuales fue firmado.
Es que el mismo, propone un tercer desembolso de euros para Grecia – el neoliberalismo lo denomina rescate aunque en la práctica se traduce como un flagrante avance en la capacidad de decisión de políticas soberanas- a cambio de un brutal ajuste que incluye la reforma del sistema previsional; la privatización del sistema energético; el tratamiento legislativo de reformas de flexibilización laboral y de garantías para salvaguardar al sistema financiero; el aumento del IVA; los recortes que hagan falta a fin que el Estado griego llegue al déficit cero;  y probablemente lo más humillante desde lo simbólico: el compromiso para retirar, enmendar o compensar con medidas equivalentes, toda la legislación introducida por el actual gobierno que fuera contraria a los acuerdos anteriores con la Troika.
Lo que bien puede denominarse una claudicación de Syriza – cabe destacar que lejos está en la interna de haber logrado unanimidad- ante un Eurogrupo que lejos de pensar en interpretar el mensaje de las urnas el día 5, ha decidido avanzar buscando una rendición incondicional seguido de la imposición de un nuevo “Tratado de Versalles”.
El porqué del acuerdo firmado por Tsipras, decididamente ajeno a todo lo que su gobierno vino llevando adelante, seguramente pueda encontrarse en la soledad griega a la hora de plantear su voz disidente en Europa, pero fundamentalmente a los miedos propios fundados en las enormes limitaciones que tiene el país heleno en materia económica y productiva.
Enormes limitaciones que son producto de sus carencias en cuanto a los desarrollos en materia de industria; agroindustria; y consumo interno, pero que también y en relación a todo ello, son producto de su inserción en un modelo continental que viene profundizando inequidades entre países al paso que socaba la soberanía de aquellos Estados de la Europa clase C.
Grecia es un país preso de un engranaje económico; social; y cultural que gobierna una unión que está concebida como plataforma para los poderosos – los de las corporaciones y quienes gobiernan para ellos en los Estados clase B con Alemania, el único A, a la cabeza-.
Sólo a partir de estas limitaciones se puede entender una claudicación a la cual se llega poniendo en la balanza un referéndum  que Tsipras debe considerar como insuficiente para dar el golpe; para romper los esquemas y patearle el tablero al gobierno neoliberal de facto que hace y deshace todo en el viejo continente, donde la democracia liberal a diario se deslegitima.
Una democracia liberal que no paga, no sólo porque los pueblos eligen representantes que no dan respuesta a sus demandas por el simple hecho de que las decisiones políticas las toman otros, sino también porque aun cuando aquellas se ponen de manifiesto en actos institucionales como el del 5 de julio, tampoco se traducen necesariamente en un capital político que sea capaz de dar la disputa soberana.

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