Felices, las almas de cristal por el inicio de la veda
electoral previa al ballotage; algo que funciona como señal de un pedido más
amplio, de gran parte de la sociedad, para rever esto que desde aquí,
humildemente, denominamos “Campeonato Electoral”, disputado año de por medio,
que gráfica bastante bien la multiplicidad de fechas de un calendario saturado
en elecciones que concluye con la nacional, sea legislativa o presidencial.
A esta altura, es ésta una primera conclusión de un año
electoral que cierra el domingo en cuanto a votaciones; no así, posiblemente,
respecto a la disputa sobre los números finales de los comicios.
En cuanto a la última campaña, la que se dio entre el 25 de
octubre entrada la noche y ayer, cabe destacar que el candidato peronista, Daniel
Scioli, la usufructuó para ofrecer más certezas al tiempo que machacaba en el
intento, ahora si con cierto grado de eficacia, por desenmascarar quién es su
rival; a que sectores representa; y que políticas va a llevar delante de ganar.
Supo mostrar eso que algunos interpretaban como una
necesidad: La distancia de lo que denominan el kirchnerismo puro, y con ello,
garantizar esa obviedad que señala que las decisiones en un país
presidencialista y con un presidente peronista, se toman en la Casa Rosada –
aquello de la idea ridícula de un Zannini como vicepresidente como una suerte
de mecanismo de control, fue dado por tierra, si alguno realmente lo creía, pues
desde aquí siempre señalamos que además de ridículo era propio de un mundo
fantástico-.
Scioli se enfocó en garantizar los derechos adquiridos y en
cambiar en pos de incorporar las nuevas demandas, fundamentalmente, las que
expresaba la opción Sergio Tomás Massa que le permitieron llegar al 20% de los
sufragios en la primera vuelta.
Respecto a Macri y su Alianza, continuó con ese discurso que
combina el ánimo festivo de los cumpleaños de quince con las palabras y los
slogans que no dicen nada pero que caen bien – Más “Revolución de la alegría”
que nunca-, y a la vez, a cuenta gotas, por momentos él y en otros sus laderos,
fue advirtiendo sobre cuál es su plan de gobierno, fundamentalmente, en lo
central – negado status por más de un viodero suyo; el último, hace dos días,
Diego Santilli-; entiéndase, lo económico.
Con idas y vueltas; diciendo algo un día y negándolo al
siguiente –el miedo a anunciar alguna medida que sabe, es impopular, lo llevó
en más de una oportunidad a volver sobre sus pasos como ocurrió anteayer,
cuando anunció la revisión del cronograma de feriados 2016 para ser contradicho
ayer por su ministro de Cultura en la CABA, Hernán Lombardi-, pero fue
exponiendo con quienes/ para quienes, piensa gobernar.
Lógicamente, se cuidó (y lo cuidaron) bastante de hablar de
las consecuencias que su política económica acarrea – hiperinflación, caída del
salario real, caída del empleo, debilitamiento del mercado interno, aumentos de
la pobreza y la indigencia-, y a la hora de argumentar respecto de porqué según
su pensamiento, éstas no ocurrirían, sólo señalo que sería por “la confianza”;
es decir, una mera cuestión de fe.
El domingo a la noche, posiblemente, como antes se mencionó,
sabremos que primo para un electorado que ha dado sobradas muestras de su
sofisticación.
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